miércoles, 12 de mayo de 2010

Quimilí

Fotografía de Luis María Herr

He estado en Quimilí. Sí, Santiago del Estero. Tierra de los colores pintados de la belleza. Y de la música de montes y decires. Tierra para pensar en siglos, en silencios, en palabras cantadas. Bien, allí, la tremenda injusticia de la sociedad argentina, a través de décadas interminables. La gente de la tierra sin tierra. La tierra es de los especuladores. Especuladores siempre respaldados por la política, la Justicia, la policía. Hay que ir y escuchar a la gente: hombres como entregados ya a su suerte. Mujeres que salen primeras con el puño cerrado, niños que miran como acusadores de siglos, con infinita paciencia. Sí, uno escucha a la gente de la cooperativa del Mocase, allí, en Quimilí. No se explican por qué es así, por qué es siempre así. Trabajan su tierra y de pronto llega un desconocido con un papelito de propiedad, rodeado de una patota y exige el desalojo, y si no se van, viene la policía con palos. Si no dejan la tierra, llega entonces la Justicia. Así es, la tierra pasa de la gente nacida en Quimilí hace mil años a un desconocido de otra latitud. Y si pretenden aún quedarse o protestar, viene la patota y rompe a todo a fierrazos hasta desalojarlos.

Pienso en aquel 1810, en esos hombres como Moreno, Castelli, Belgrano. Sí, Belgrano. Detengámonos en este escrito de Belgrano. Belgrano, Manuel, el de la bandera azul y blanca: “Cuando vemos a nuestros labradores en la mayor parte llenos de miseria e infelicidad; con una triste choza que apenas les liberta de las intemperies; que en ellas moran padres e hijos; que la desnudez está representada en toda su extensión, no podemos menos que fijar el pensamiento para indagar las causas de tan deplorable desdicha. Es tiempo ya de que manifestemos nuestro concepto diciendo que todos esos males son causas de la principal, cuál es la falta de propiedades de los terrenos que ocupan los labradores; éste es el gran mal de donde provienen todas las infelicidades y miserias, y que sea la clase más desdichada de estas provincias”.

Es tiempo ya, dice Belgrano en 1810. Es tiempo ya. Estamos en el 2006, a dos siglos. Y seguimos igual. Claro, es que el general Julio Argentino Roca parece que arregló definitivamente todo. Argentino, Julio. Después de su “Campaña del Desierto” el resultado fue: dos millones quinientos mil hectáreas para los Martínez de Hoz. Y las mejores llanuras pampeanas para los Amadeo, Leloir, Temperley, Atucha, Ramos Mejía, Llavallol, Unzué, Miguens, Terrero, Arana, Casares, Señorans, Martín y Omar, Real de Azúa. Nuestra “sociedad”, el Barrio Norte en pleno. Con todas las letras: cuarenta y dos millones de hectáreas a 1843 terratenientes. Por la concesión Grünbein se dieron 2.517.274 hectáreas a los señores Halliday, Scott, Rudd, Wood, Waldron, Grienshild, Hamilton, Saunders, Reynard, Jamieson, Mac George, Mac Clain, Felton. Johnson, Woodman, Redman, Smith, Douglas y Ness, todos británicos. [1893] Es que en ese tiempo se hacía patria, por eso los monumentos. Y empezaron los infinitos negocios. Alvaro Yunque denuncia: “En 1884, el gobierno compra en La Pampa cuatro leguas de tierras. Las paga 5665 pesos con 85 centavos la legua. Dos años antes, el gobierno las había vendido a un particular a 500 pesos la legua. Diez veces más”. Negocio redondo. Negocio argentino. Pero ésas son moneditas con respecto a los grandes negociados que vendrían. En la Década Infame, Julio Argentino Roca, el hijo del general, va a firmar como vicepresidente de la Década Infame el tratado Roca-Runciman, con los británicos. Que fue, sin exagerar, ponernos de rodillas ante el Imperio de Su Majestad. Argentina con sus Argentinos. Roca. Por eso los monumentos.

Una verdadera democracia no puede seguir permitiendo que la gente de la tierra no tenga tierra o que se la quiten de acuerdo con el caudillo feudal que domine la región. Con justicia ad hoc, policía, gendarmería o patota. Si queremos una democracia debería comenzarse con limitar los latifundios. Que ningún poseedor “legal” de la tierra pueda tener más de50 mil hectáreas, por ejemplo. Y la obligación de todo gobierno de ayudar a las cooperativas campesinas mediante la expropiación y la ayuda en los primeros tiempos de esas cooperativas de trabajadores. El balance de los resultados de las cooperativas de todo tipo son realmente positivas, de manera que no se puede aducir el viejo prejuicio de los amos y dueños que, según ellos, los de abajo no saben lo que es producir y distribuir. Hay ejemplos magníficos que demuestran todo lo contrario.
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Osvaldo Bayer

Texto completo en:
Página 12, 22 de abril de 2006